- ¡Buenos días Mamá!
- Buenos días pequeña, ¿Cómo has dormido hoy?
- Pues mal, como siempre.
Cada día sueño algo raro y no me gusta nada soñar, después me paso el día
pensando en que significa y no puedo centrarme en otra cosa.
- Los sueños no significan
nada, cariño. Son sueños y ya está. No te comas tanto la cabeza.
- Pues anoche como no podía
dormir busqué en google el significado de lo que había soñado y ponía que iba a
hacer un viaje.
- ¿Ves hija? Si eso es
imposible y menos ahora. Anda, anda. Termina de desayunar que vas a perder el
autobús.
- Vale mamá.
- Yo me tengo que ir a
trabajar, después nos vemos. Ten cuidado.
- Siempre lo tengo. Hasta
luego.
- Hasta luego.
Amy como de costumbre no tenía ganas de ir a clase, no era
una persona muy sociable. No le solía caer bien a nadie porque tenía un
carácter muy fuerte y era bastante borde. La gente solía evitarla y algunos
hasta se burlaban de ella. Pero no era una chica que se ponía triste por eso,
al revés, le daba igual y hasta le gustaba estar sola. La mayoría de la gente
de su edad tenían muchos pájaros en la cabeza y eran muy inmaduros al lado de
ella. Por eso, se bastaba con contarle sus problemas a su querida madre Alba.
Ella era todo lo que cualquier hija quisiera tener, un apoyo, una amiga. Era su
madre y su padre a la vez. Porque cuando Alba era pequeña su padre murió en un
accidente de coche y ni tan siquiera tiene recuerdos de él.
- Amy, ¿estás atendiendo? –
dijo su profesor.
- Sí, señor Luis.
- ¿Y qué estaba diciendo?
- No lo sé… - dijo
avergonzada.
- Pues para mañana quiero que
averigüe de lo que estaba hablando y me lo va a traer por escrito 50 veces.
Para que la próxima vez me atienda cuando esté hablando.
No es la primera vez que le pasaba esto, siempre estaba
pensando en otras cosas y nunca atendía en clase, aunque luego sacaba la mejor
nota en los exámenes, eso a su profesor de filosofía le daba igual.
Al llegar a casa, calentó la comida en el microondas y puso
la TV un rato mientras comía. “Qué asco de televisión, no echan nada más que
porquerías. Como echo de menos cuando era pequeña y me tiraba el día entero
viendo dibujos animados”
Al terminar con la comida, fregó los platos y fue al baño a
lavarse los dientes. Se miró en el espejo y se puso a pensar en por qué ningún
chico se había fijado todavía en ella. No era una chica que llamara la
atención, pero tampoco era fea. Tenía una altura media, unos ojos marrones
oscuros, un pelo negro azabache bastante cuidado y una sonrisa preciosa. Pero
aún así, nunca había estado con ningún chico. Y eso le preocupaba. Porque
aunque estuviera bien sola, no quería morirse sola, casi toda la gente de su
edad ya había tenido pareja antes y ella quería saber que se sentía al besar a
alguien.
- Hija, ya estoy en casa.
- Ya he oído la puerta, y no
creo que nadie más tenga llave, así que suponía que eras tú.
- Vaya humor tienes hoy, ¿te
ha pasado algo?
- ¿Y cuando no? Ese profesor
de filosofía me tiene fichada y no para de castigarme por no escucharle en
clase. Yo no tengo la culpa de que sus explicaciones sean pésimas. Hasta yo
misma lo haría mejor que él.
- Pues estudia y así podrás
llegar hasta donde él o quizás más lejos.
- Ya lo hago mamá, ya lo
hago. ¿Y a ti como te ha ido en el trabajo?
- Bien, como siempre. Voy a
darme un baño y a hacer la cena. Te tengo una sorpresa para el postre.
- Deberías de descansar, ya
hago yo la cena.
- Hoy prefiero hacerla yo, tú
termina lo que estés haciendo y cuando esté la cena te llamo.
- Vale mamá, pero friego yo.
- De acuerdo.
Alba, la madre de Amy no iba a hacer la cena. Pues la había
comprado de camino a casa, dos hamburguesas bien grandes y dos tarrinas de
helado. Sabía que era de las pocas cosas que podían animar a su hija cuando
estaba de mal humor.
La cena fue estupenda, Amy se puso muy contenta y le dio las gracias a su madre, fregó los
platos como había prometido, se lavó los dientes y se fue a la cama donde se
quedó dormida al instante.
- Siempre he querido estar en París, vaya suerte que me haya tocado el
viaje de la tombola del instituto, ¿a que sí, mamá?
- Si hija la verdad es que ha sido toda una suerte.
Andaban y andaban
y tomaban fotos de todo lo que veían. Parques, animales, monumentos. Era nada
más y nada menos que una semana en París con todos los gastos pagados. Se
alojaban en un hotel de 4 estrellas en pleno centro de París, era como un
sueño. Pero Amy estando en París se puso a pensar un montón en el amor, y en
cómo sería enamorarse en un lugar como ese. Quería hablar con su madre del
tema, pero como su padre murió muy joven no quería poner triste a su madre. Así
que evitó el tema todo lo que pudo. “Ojala tuviera una amiga con la que hablar
de esto” - Pensó.
Estuvieron
disfrutando al máximo del viaje, fueron a ver la Torre Eiffel, la Catedral de
Notre Dame, el Panteón…
Pero a Amy
empezaba a aburrirle ver tanto monumento y lo que quería era recorrer la ciudad
sin ningún guía que les dijera donde tenían que ir y donde tenían que comer.
Era agobiante ir con un hombre que no
paraba de hablar y hablar y hablar. Le recordaba a su profesor de filosofía.
Estaba de viaje y hasta ahí tenía que estar pensando en ese dichoso profesor.
Era normal, seguía cabreada por todo el tiempo que le había hecho perder ese
año con tantos castigos tontos.
- Mamá, hoy es el último día que estamos en París, quiero hacer algo
diferente.
- ¿Cómo qué?
- No lo sé, que te parece si vamos a un sitio tranquilo y nos comemos
un perrito caliente sentadas en un banco, tanta vuelta me está volviendo loca.
Más que relajarme el viaje me ha cansado mucho más.
- Es lo que tienen los viajes, pero conoces mundo y eso es bonito.
- Ya, pero yo quiero volver a Almería ya. Creo que una semana fuera es
demasiado para mí.
- Bueno, mañana salimos pronto para España, no te preocupes.
Fueron andando hasta
un puesto de comida rápida y se pidieron dos perritos calientes y dos
refrescos. Se sentaron en un banco y estuvieron contemplando el paisaje de
París. Luego fueron hacia una heladería que había cerca. Amy se quedó alucinada
con la cantidad de helados que había, estaban en todos los sabores y colores.
Había hasta uno simulando los colores del arcoíris. Helados con nubes, con
galletas, con chocolatinas. Era el sueño de cualquier niño y de cualquier
persona amante de los helados.
- Mamá, no creo que pueda decidirme nunca, los quiero probar todos,
esto es el paraíso.
- No creo que puedas probarlos todos, Amy. Pero si quieres pídete de
diversos sabores y yo me pido otro de otros tantos y así probamos unos cuantos.
- ¡Bieeeeeeeen! Pues yo voy a querer uno de esos azules con nubes
rosas, también el de pistachos con trozos de galleta y el de frutas del bosque
con gominolas.
- Ala, ala. Te vas a poner mala con tanto helado.
- Correré el riesgo.
- Bueno yo me pediré el de Oreo y el de natillas.
Después de comprar los
helados fueron a dar un paseo, estaban muy unidas las dos, eran como dos amigas
inseparables. Como esas personas que se conocen y les cuesta vivir la una sin
la otra, como dos almas gemelas. Pero eran madre e hija. Fue pasando el tiempo
y fue anocheciendo en París, fue el único día de todos los que estuvieron que
se acordaron de contemplar el cielo y de ver lo bonito que era.
- ¿Sabes mamá? Este ha sido el mejor día con diferencia.
- Yo también pienso lo mismo.
- Ojalá fuera el primero y no el último.
- Ya habrá otros viajes, no te preocupes.
- Eso espero.
Volvieron al hotel y
prepararon las maletas para el día siguiente, maletas que estaban llenas de
recuerdos del viaje que habían tenido. Porque no fue un viaje cualquiera, fue
un viaje que las unió para siempre. Hacía tiempo que no hacían nada juntas, ya
que Alba se tiraba todo el día trabajando para poder darle a Amy lo mejor y que
nunca le faltase de nada.
A la mañana siguiente
fueron al aeropuerto, una hora antes de tiempo porque a Alba le gustaba ser
puntual, y para ella ser puntual era llegar como mínimo media hora antes. El
vuelo se retrasaba y se retrasaba. Amy no paraba de dar vueltas y vueltas de un
lado a otro porque no soportaba las esperas. No tenía ganas de volver, pero
tampoco quería tirarse todo el día en el aeropuerto. Había mirado un montón de
revistas, periódicos.. y estaba ya más que cansada y aburrida de esperar.
- Vamos a la cafetería a comer algo, no vamos a estar todo el día sin
comer.
- Seguro que aquí nos clavan cinco euros por un bocadillo, o más, quien
sabe.
- Bueno, mejor eso a morirnos de hambre.
- Pues yo prefiero lo segundo.
- No seas tonta anda, que por diez euros no nos vamos a quedar pobres.
- Eso lo dices tú.
Fueron a la cafetería
y para sorpresa de Amy los bocadillos estaban a un euro y eran enormes, ella se
lo pidió de tortilla y la madre de tomate y atún. También había helados, pero
después del dolor de barriga que le entró el día anterior por los helados, no
quería comer uno en una buena temporada. Así que se pidieron dos cafés con
leche para hacer más amena la espera y fueron otra vez a la sala de espera.
- ¿Es que no vamos a subir nunca al avión o qué?
- Es normal que los aviones se retrasen Amy, no seas impaciente.
- ¿Cómo no voy a ser impaciente? Llevamos aquí todo el día… estoy
aburrida, cansada, y mañana tengo clase. Aunque por mí me quedo en casa
descansando.
- Creo que si va a ser mejor que mañana te quedes en casa a descansar.
- ¡Vaya! La primera vez que estás de acuerdo con que no vaya a clase.
- Es un día, no te vayas a acostumbrar.
- Ya lo sé, era solo una pequeña broma.
<< Pasajeros del
vuelo 203 destino España ya pueden embarcar, Pasajeros del vuelo 203 destino
España ya pueden embarcar…>>
- ¡Nuestro vuelo! ¡Por fin!
- Vamos.
Se suben al avión y se
acomodan en sus respectivos asientos. Amy se pone al lado de la ventanilla
porque le encanta mirar a través de ella, en cambio a Alba le da bastante
vértigo y prefiere leer un libro o dormir mientras vuelan. En ese momento llega
la azafata y les comunica que sus asientos están en primera clase.
- Debe de ser un error, nosotros tenemos billetes de turista. – Dice
Alba.
- A mí me han comunicado eso y les tengo que guiar a primera clase, así
que si me permiten, síganme.
- Vale, le seguimos.
Cruzan el avión y van
hasta la zona de primera clase, que no es tan distinta a la de turistas, salvo
por las atenciones y los asientos que son mucho más cómodos. Amy está encantada
de poder pedir lo que quiera y que no tenga que pagar nada, pero se lamenta
haberse pegado el atracón de helado porque ahora no le apetece comer nada, se
pide un refresco y la madre una copa de vino blanco.
- Mamá, todo esto es muy raro, ganar un viaje, que nos muevan a primera
clase.., no sé, es mucha suerte de golpe y yo nunca he tenido tanta suerte en
nada. Todo esto es como si fuera un sueño.
- Hija, lo lamento, pero tengo que decírtelo. Es un sueño.